viernes, 19 de agosto de 2011

La Ermita de Nuestra Señora de la Soledad

La Ermita de Nuestra Señora de la Soledad es fiel representante de la extensa red de capillas, ermitas y humilladeros que salpicaban Castilla en los siglos XVII y XVIII. Esta red ha ido desapareciendo progresivamente debido al incremento poblacional de los municipios donde los edificios se hallaban enclavados, siendo extraño, y por razones singulares, la pervivencia de alguno de ellos en nuestra época. El escaso interés especulativo donde halla ubicada y su relación con la memoria de Barajas, unida con su pasado de producción de cereal, ha posibilitado que la Ermita llegue a nuestros días.

En la época en la que fue construida, siglo XVII, la Ermita contrastaba con el carácter urbano que la Plaza Mayor de Barajas y otras construcciones de la villa, como la Iglesia de San Pedro, de un marcado carácter renacentista importado desde Italia, constituyendo un claro ejemplo de la dicotomía entre las antiguas costumbres rurales, arraigadas en el medievo, y la modernidad que se dio en Castilla a partir de finales del XVI.

La pieza se presenta como un paradigma del trazado y construcción de esta clase de edificios. Así, la ermita exhibe cuatro cuerpos alineados y claramente determinados: pórtico de acceso, nave de los fieles, santuario y vivienda adosada en la cabecera del templo, todo ello compuesto con atención a una proporción verdaderamente depurada, cuya contención en planta refuerza el carácter ascensional del conjunto. El interior está rematado con una bóveda corrida de cañón y una cúpula sobre el crucero.

La construcción, basada en potentes fábricas de ladrillo reforzadas con contrafuertes en el cuerpo central y falseadas con aparejos de piedra en los adornos de la nave de los fieles y de la vivienda cabecera, rematadas todas ellas por cubiertas a cuatro aguas sobre estructuras de madera, muestra una irreprochable conjunción, en la que sólo contrasta la reciente factura del pórtico de acceso. En definitiva, estaríamos tratando de una delicada pieza, verdadero tratado de la sabia arquitectura popular.

Asimismo, la Ermita alberga un bello retablo barroco paradigmático del estilo madrileño de la segunda mitad del XVII y primeras décadas del XVIII. Consta de un zócalo con dos puertas laterales, un banco y un cuerpo principal dividido en tres calles, rematado con un ático en forma de cascarón que se eleva hasta el arranque de la cúpula. La forma del retablo, por estar la calle principal más hundida que las laterales, es curva, y está enmarcada entre dos columnas centrales, las de la calle principal, y otras dos externas, que hacen lo propio con sus respectivas calle laterales. Cada calle contiene una hornacina con esculturas de busto redondo: la Virgen de la Soledad, en la central, y las de Jesús Nazareno y Santa Rita de Casia, en las laterales.

FIESTAS DE LA COSECHA

La Ermita de Nuestra Señora de la Soledad es inseparable de la celebración de las Fiestas que todavía hoy llevan su mismo nombre. Su construcción data aproximadamente de la fecha en la que éstas empiezan a celebrarse con motivo de la recogida del cereal, base económica de lo que por entonces era el señorío de Barajas que, como otros territorios circundantes a la capital, quedó enmarcado en el cinturón de suministro para Madrid. La configuración de tal cinturón fue necesaria tras el exponencial crecimiento de la ciudad generado por su declaración como capital del reino y el consiguiente asentamiento de la corte. Barajas, y la por entonces villa satélite de la Alameda, vivieron su esplendor durante los siglos XVII y XVIII gracias a la producción de cereal para Madrid.

Así pues, las actuales Fiestas de Barajas, como muchas otras celebradas en la meseta castellana, tuvieron su origen como una celebración de "agradecimiento" por la cosecha recibida, la cual suponía el sustento económico de las familias que vivían de la labranza. Todavía recuerdan los antiguos del lugar la existencia de la Hermandad de Labradores, desaparecida a finales del XIX o principios del XX, heredera directa de aquella tradición, cuyo testigo ha sido recogido por la Hermandad de la Virgen de la Soledad.